El
ataque cerebrovascular es una emergencia neurológica caracterizada por un episodio agudo de disfunción focal que persiste al menos 24 horas, y es resultado de una hipoperfusión cerebral. El
ACV se origina por dos tipos de trastornos vasculares: isquemia o hemorragia. La isquemia, ya sea por trombosis o embolia, es la causa más frecuente de
ACV.
Los factores de riesgo del ataque cerebrovascular
incluyen hipertensión sistólica o diastólica, tabaquismo, diabetes, hipercolesterolemia, dislipidemia, consumo elevado de alcohol y métodos anticonceptivos orales. Asimismo, el ACV
también puede ser resultado de miocardiopatías o arritmias, hemoglobinopatías, coagulopatías protrombóti
cas, migrañas y encefalopatías mitocondriales.
El ataque cerebrovascular
es la segunda causa de mortalidad en Colombia y la primera de discapacidad en el mundo. La incidencia de ACV
aumenta abruptamente con la edad, donde el 74% aproximadamente ocurren en personas 65 años e incrementa 10 veces más en adultos entre 75 a 85 años.
El cerebro requiere al menos una cantidad mínima de energía para mantener íntegra su estructura y llevar a cabo todas las funciones. Dicha energía es resultado del metabolismo exclusivo de la glucosa, cuyos depósitos se agotan de forma inmediata, ya que el cerebro no tiene capacidad para almacenar la glucosa en forma de glucógeno. El flujo cerebral normal es de 60-150 ml/100 mg/min; cuando disminuye de forma abrupta por debajo de 10 ml/100 mg/min, se produce un fenómeno isquémico que conlleva a la muerte neuronal (apoptosis), por ausencia de nutrientes y oxígeno.
La interrupción del flujo sanguíneo cerebral incrementa los cationes Na y Ca a nivel intracelular y de K a nivel extracelular, alterando el potencial de acción de la membrana, la sinapsis, y la liberación de neurotransmisores excitatorios como el glutamato que en su unión a receptores postsinápticos produce estrés oxidativo y daño de la membrana lipídica. Todos estos cambios metabólicos, dan origen a un proceso inflamatorio que está precedido por un aumento de la permeabilidad vascular y migración de células proinflamatorias como los leucocitos, que favorecen el daño del tejido neuronal y la apoptosis.
Existen múltiples factores vasculares, cardíacos y hematológicos relacionados con el desarrollo de un ataque cerebrovascular
isquémico; a continuación mencionaremos algunos entre los diversos tipos:
Aterosclerosis:
la causa más frecuente de aterosclerosis ocurre en las grandes arterias intracraneales del cuello y base del cerebro. Aunque puede afectar a arterias de múltiples tamaños, los lugares predilectos se ubican en el origen de la arteria carótida común, la arteria carótida interna, el origen de la arteria cerebral media, el inicio de la arteria vertebral y la arteria basilar.
La patogénesis de la aterosclerosis radica en el daño o lesión del endotelio vascular originado por efecto de la hipertensión arterial, el tabaquismo, los radicales libres, elevados niveles de colesterol y triglicéridos en sangre como las lipoproteínas de baja densidad, la diabetes, o incluso los agentes infecciosos.
Cuando el endotelio se lesiona, los monocitos y linfocitos T (células inmunes), se adhieren y migran al espacio subendotelial donde se transforman en células espumosas por la fagocitosis de lípidos para formar una estría grasa. Los monocitos y los macrofragos a su vez, liberan factores de crecimiento que estimulan la proliferación de células musculares lisas que origina una placa fibrosa, donde se produce una agregación plaquetaria y la lesión resultante puede ocluir la luz del vaso o producir un flujo turbulento que propicie la formación de émbolos.
Arteritis de células gigantes:
consiste en un trastorno inflamatorio que afecta las arteria carótida externa, la arteria carótida cervical interna, la arteria ciliar posterior y la arteria vertebral intracraneal y extracraneal. El fenómeno inflamatorio de la arteritis, aunque se da con poca frecuencia, puede estimular la adhesión y agregación plaquetaria en los lechos vasculares lesionados y conducir a una trombosis o embolia.
Abuso de drogas:
el uso de la cocaína, anfetaminas o la heroína es un factor de riesgo elevado de ACV, especialmente en pacientes jóvenes. Por lo general, estas drogas son administradas por vía intravenosa; condición que promueve el desarrollo de endocarditis infecciosa que puede dar origen a un ataque cerebrovascular
embólico. No obstante, el ACV
puede ocurrir por el uso de drogas por vía nasal, fumada o por inhalación de vapor, debido a que las drogas inducen un vasoespasmo, vasculitis y ruptura de malformaciones vasculares o aneurismas. En el caso de la cocaína, se ha asociado fuertemente al desarrollo de ataque cerebrovascular
isquémico, hemorrágico intracerebral o subcoracoidea. Las anfetaminas, se han relacionado más con ACV
hemorrágicos intracerebrales ya que inducen vasculitis y necrosis vascular.
Arritmias: la fibrilación auricular y el síndrome de bradicardia-taquicardia, son causas importantes del ataque cerebrovascular
embólico. Estos trastornos se caracterizan por pérdida de la regularidad auricular eléctrico-mecánica organizada, que aumenta el riesgo de formación de émbolos en la aurícula izquierda. Existen otras arritmias asociadas a la hipoperfusión cerebral que pueden dar origen a síntomas difusos como síncope, convulsiones generalizadas, desvanecimiento y oscurecimiento de la visión.
Estados hipercoagulables:
la terapia de estrógenos, el uso de anticonceptivos orales, estados postoperatorios, posparto, pacientes con coagulopatías hereditarias (deficiencia del cofactor II de heparina, liberación, deficiencia del factor activador del plasminógeno, deficiencia de la proteína C y deficiencia del factor XII, son condiciones que aumentan el riesgo de trombosis y embolia cerebral.
Inicialmente es necesario realizar una exploración cerebral a través de una tomografía computarizada o resonancia magnética que permita distinguir entre un ACV
isquémico de un ACV
hemorrágico. Asimismo, las pruebas de laboratorio deben incluir conteo sanguíneo completo, niveles de glucosa, troponina, tiempo de protrombina, para considerar la terapia fibrinolítica. Puede utilizarse cuando no es claro, una electroencefalografía para definir la obstrucción o lesión vascular cerebral.